Vivir para siempre

Esta no es, ni mucho menos, la primera película que aborda las dudas y las expectativas de un preadolescente; lo curioso es que esta cinta, en vez de mostrarnos a un joven con la cabeza vacía y cuyas únicas dudas son acerca del sexo, nos ofrece una visión del paso a la madurez algo más parecida a la que encontramos en películas como “Cuenta conmigo”. En gran medida, esto tiene mucho que ver con que el protagonista de esta producción tenga leucemia.

Aunque en la gran pantalla ya hemos podido ver otras películas que se acercan al drama de esta enfermedad en jóvenes y niños, una vez más nos sorprende la visión vitalista que presenta el director del film, Gustavo Ron; sobre todo teniendo en cuenta la tragedia que se nos narra en esta coproducción anglo-española.

Sam es un chico de once años que padece leucemia. Es completamente consciente de su situación y sabe lo que le espera, sin embargo, siente mucho interés por saber cómo se siente un adulto y experimentar algunas de sus sensaciones: beberse una cerveza, besar a una chica, tirarse en paracaídas o pilotar un F16. Todos estos sueños le conducen a aventurarse en la escritura de un diario personal y en la grabación de una serie de vídeos en los que Sam irá contando sus experiencias e impresiones; mientras se pregunta profundamente sobre el sentido trascendente de lo que le sucede y, pese a su inevitable final, consigue “tirar para arriba” de los que le rodean.

A pesar de lo que pueda parecer “Vivir para siempre” no es una historia sobre la muerte y tampoco se crea en las consecuencias y el sufrimiento de la enfermedad que padece su protagonista. La cinta, a fin de cuentas, nos muestra la historia de cómo un chaval afronta la enfermedad que padece sin perder su frescura infantil ni renunciar a las ganas de vivir y, sobre todo, haciendo gala de una gran fortaleza, que muchos podrían considerar impropia para un chico de su edad.

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