Una Semana Santa atípica

La Semana Santa llena cada año nuestras calles de estampas en las que se mezclan la tradición y la devoción, el folklore y la espiritualidad, el arte escultórico y la música sacra. Son imágenes que por su grandiosidad barroca, la solemnidad de las marchas procesionales y la belleza de los escenarios por los que discurre el espectáculo –los cascos históricos mejor conservados del país- se difunden por el mundo entero.

Sin embargo, al lado de esas grandes y arquetípicas procesiones cubiertas por los medios que tienen lugar en Zamora, Cuenca, Cáceres, Murcia, Granada o, por encima de todas, Sevilla, existen otras acaso más desconocidas, pero llenas de personalidad y que bien pueden atraer a los amantes de la cultura popular y de sus expresiones más recónditas.

La Semana Santa Marinera de Valencia forma parte de ese rico patrimonio no tan divulgado, pero que no desmerece en dramatismo al de otros de más predicamento. Y es que si bien la capital valenciana no cuenta con una tradición tan recia en este aspecto como otras ciudades de la península, sí que disfrutan de ella sus barrios marítimos –el Cabanyal, Canyamelar o El Grau- antaño independientes y que en muchos aspectos siguen sintiéndoselo.

Según los estudiosos, las primitivas hermandades de estos barrios se remontan al siglo XV, aunque no es hasta el siglo XIX que se documenta ampliamente y se da a conocer esta particular expresión de la religiosidad marinera. La costumbre de acercar al mar las imágenes se entiende desde la perspectiva de unas cofradías formadas mayormente por pescadores y sus familias habituadas a los azares y peligros que de él vienen.

Sin embargo, pese a sus perfiles más arcaicos, la Semana Santa Marinera no ha dejado de evolucionar. Con el paso de los años se han ido sumando hermandades e imágenes, aunque sin desvirtuar el particularismo de unas procesiones que, entre otras cosas, se caracterizan por los sayones y granaderos que acompañan a sus más distinguidos pasos o por ceremonias asociadas, como la Trencà dels Perols, el rito de arrojar agua, platos y vajillas viejas por las ventanas durante que la noche de gloria.

Por tanto, si estos días alguien se acerca a Valencia, un buen plan puede ser el de pasear por estos Poblats Marítims y conocer sus calles llenas de color y de casas del siglo XIX y principios del XX. Patrimonio històrico, por cierto, amenazado por un plan urbanístico que fue detenido por el Ministerio de Cultura y el Tribunal Superior de Justicia, pero que el ayuntamiento de la ciudad todavía no ha renunciado a perpetrar.

Comentarios

Deja un comentario