Desde hace un tiempo circula por Internet una historia que nos ha enternecido. La anécdota tuvo lugar en un restaurante de la famosa cadena de hamburguesas McDonald’s y los protagonistas son una pareja de ancianos, que una fría noche de invierno acudieron allí a cenar.
Cuentan que el local estaba lleno de familias con niños pequeños y por ello contrastaba aún más la presencia de esta adorable pareja de viejecitos; tomados de la mano y avanzando a pasitos muy lentamente, llegaron al mostrador. Una vez allí, el hombre realizó el pedido de su cena y pagó la cuenta. Seguidamente la pareja tomó asiento en una mesita cercana, uno enfrente del otro y con la bandeja de su cena entre ellos: una hamburguesa, una ración de patatas fritas y una bebida. Un pequeño menú individual para compartir entre ambos. El hombre desenvolvió la hamburguesa, y cuidadosamente la partió en dos; dejando una de las mitades frente a su esposa. Después contó las patatas y dividió la ración en dos partes exactas. Cada uno de los ancianos introdujo una pajita en el vaso de la bebida y lo dejaron entre ellos.
Mientras el hombre comenzaba a comer su escasa porción de hamburguesa, a los allí presentes les conmovía pensar que aquella anciana pareja era pobre y no podían permitirse más que un menú para compartir entre dos. Justo cuando el anciano se disponía a probar una patata, un joven se acercó a su mesa y educadamente les ofreció comprarles más comida. El hombre le respondió que no, que estaban bien y que acostumbraban a compartirlo todo.
Todos los testigos se dieron cuenta que la anciana mujer no había probado bocado. Ella se había limitado a sentarse a mirar a su esposo comer, y de vez en cuando bebía un sorbo de la bebida con su pajita. Así que, de nuevo, el joven volvió a acercarse a su mesa y reiteró su invitación a comprarles más comida, a lo que el anciano volvió a responder: -“De veras, no es necesario. Tenemos la costumbre de compartirlo todo”. Y dando el último bocado a su mitad de hamburguesa, se limpió la boca con una servilleta, mientras la comida de su esposa permanecía intacta. El joven volvió a la mesa de los ancianos, y tras rechazar por tercera vez consecutiva su invitación, le pudo la curiosidad y educadamente le preguntó a la anciana: -“Discúlpeme, señora, ¿por qué no está comiendo? Su marido dijo que solían compartirlo todo… ¿le falta algo?
A lo que ella respondió:
“- Los dientes”
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