Trascender a lo esencial

Aunque la poesía es uno de los géneros más olvidados, probablemente porque en ocasiones no resulta tan fácil de leer como otros, aprovechando el centenario de la apertura de la Residencia de Estudiantes y del nacimiento de Miguel Hernández, uno de los grandes poetas españoles ligado a la llamada Generación del 27 (aunque se le suele enmarcar en la del 36); hoy queremos recomendar la lectura de la obra de Ernestina de Champourcín, cuyo trabajo se enmarca dentro de la misma corriente literaria.

Probablemente, Ernestina es una de las autoras menos conocidas de la citada Generación, en gran parte y, por desgracia, por tratarse de una mujer; pero también a causa de las aparentes contradicciones de su vida. Casada con Juan Jose Domenchina, poeta y secretario personal de Manuel Azaña, Ernestina lucho por el reconocimiento del trabajo femenino y permaneció fiel a su compromiso político republicano, exiliando a México con su marido tras la Guerra Civil Española, mientras que siempre fue profundamente religiosa, aunque sus escritos místicos se intensifican a partir de los años 50, tras lo que podría considerarse una segunda conversión; demostrando que la ideas de tendencia izquierdista no tienen porqué estar necesariamente reñidas con la fe.

Su obra, muy personal e intensa, debe apreciarse desde la perspectiva de quien fue su maestro y mentor, Juan Ramón Jiménez. “El Poeta”, como ella le llamaba, le orientó a lo largo de toda su trayectoria artística, recomendándole lecturas y convirtiéndose en un confidente y un amigo. La relación se prolongó estando ella en el exilio, desde donde publicó su personal homenaje al poeta de Moguer, La ardilla y la rosa (Juan Ramón en mi memoria), un libro de reflexiones en el que la poetisa desvela sus recuerdos del escritor. Tampoco hay que obviar la influencia de la lírica mística española tradicional -especialmente la de S. Juan de la Cruz- una fuente de inspiración fundamental para Ernestina, que puede apreciarse en obras como Presencia a oscuras (1952). Especialmente interesantes resultan sus interpretaciones de los haikus japoneses -poemas breves de tres versos- en los que aborda de nuevo la temática religiosa de forma sencilla, directa y emotiva.

Por su carácter fronterizo, Ernestina no ha recibido el reconocimiento merecido; si bien, al final de su vida, obtuvo distinciones como el premio Euskadi de Poesía, el Premio Mujer Progresista, la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid en 1997 y la nominación al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992.

En este enlace encontraréis algunos de sus versos y en este, una de las últimas entrevistas concedidas antes de su muerte; dos buenas formas de conocer un poco más a fondo la obra personal, intimista y trascendente de esta poetisa a la que releer su obra le parecía “una cursilería”.

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