El arte de hacer nudos

Dentro del extenso mundo de las artes decorativas y las manualidades, cuya práctica siempre recomendamos a los mayores por sus fantásticas beneficios para la salud, hoy queremos destacar el macramé, una labor milenaria que, en los últimos años, cada vez está más en boga.

Su nombre proviene de la palabra francesa que, literalmente, significa nudo; aunque originariamente deriva de la voz turca makrama, y ésta, a su vez, de la persa mikrama. Esta práctica está documentada hacia el 2.300 a. C., siendo un arte común en los pueblos persas y asirios que alcanzaron en su desarrollo altas cotas de maestría, combinándolo con el uso de materiales como el metal, dando lugar a singulares filigranas.

Como cabe esperar, el macramé consiste en realizar labores a base de nudos, sin utilizar ningún tipo de instrumento, más allá de las propias manos. El catálogo de nudos que se pueden realizar es casi infinito, aunque de base existen dos principales: el plano y el cote. Tomándolos como punto de partida, se pueden crear cenefas, trenzas e incluso tejer alfombras o tapices.

A través de los árabes, este arte milenario se instaló en Europa con mucho éxito, desde donde llegó a lugares tan recónditos como el Caribe, donde se utiliza para fabricar hamacas, uno de los productos más famosos de su artesanía local. Y es que cualquier material, siempre que sea un hilo consistente, es bueno para elaborar proyectos de macramé: cuerda, algodón, yute, seda, cuero o plástico.

En la selección del material, todo depende de la labor a realizar. Los collares de seda, los cinturones de cuero o las cestas de cuerda son algunos de los posibles proyectos que, con unas pocas noticiones de esta curiosa técnica, pueden llegar a realizarse. Sus beneficios son, además, notables. Mejora la concentración, la destreza manual, ayuda a liberar el estrés y estimula nuestra capacidad artística, ¿se puede pedir más?

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