El sol empieza calentar, las playas se llenan, y nuestra piel debe estar a punto para que no nos coja desprevenidos. Lucir una piel bronceada y al mismo tiempo sana y protegida es posible, para ello, sólo tenemos que tomar una serie de precauciones que a pesar de que se nos recuerdan año tras año, cada vez con más hincapié, eso sí, debido a los efectos del calentamiento global, alguna vez nos despistamos y acabamos pareciendo verduras rojas.
Los dermatólogos nos aconsejan que, antes de tumbarnos a tomar el sol, conozcamos nuestro tipo de piel, su grado de tolerancia y resistencia al sol. Esto determinará el tipo de protector solar que debemos aplicar sobre nuestro cuerpo y cara.
Antes de exponernos a los rayos del sol, ya sea en una playa, el campo o en la misma ciudad, debemos aplicar la loción protectora al menos una hora antes, preservando aún más a nuestra piel de los efectos dañinos que la exposición puede provocar.
Debemos controlar ‘nuestras ganas de estar morenos’ y dosificar las horas a las que nos exponemos al sol, ni muy prolongadas ni de forma continua, ya que no da tiempo a nuestra piel a asimilarla y aumenta las posibilidades de que nos quememos. Sobre todo, estos primeros días después del invierno, en los que la epidermis ha perdido color y es más sensible a las radiaciones solares, debemos procurar que las exposiciones sean muy reducidas y que no coincidan con las horas en las que el sol incide con mayor fuerza, esto es, de 11 a 15 horas.
A pesar de que vayamos aseados a la playa, o a broncearnos en general, debemos evitar el uso de fragancias y desodorantes, ya que pueden reaccionar ante el calor y producirnos alergias. ¿Cómo ir vestidos? Obviamente con nuestro traje de baño, pero que no falte un buen sombrero y unas gafas de sol. Al llegar a casa tras una jornada bañándonos en sol, recuerda, mucha crema hidratante.
Si tomamos estas precauciones como norma para broncearnos, no sólo estaremos cuidando de nuestra salud, sino que nuestro color se mantendrá por más tiempo.