Comer lo de siempre, pero distinto

Los alimentos transgénicos han llegado a nuestra mesa, y con ellos el debate sobre su conveniencia, sus ventajas e inconvenientes. A un lado, empresas y gobiernos que han invertido en la producción de Organismos Genéticamente Modificados (OGM); y al otro, uniones de consumidores, grupos ecologistas y científicos que desconfían de la manipulación genética de los alimentos.

Los OMG han sido definidos como aquellos organismos en los que, por medio de la genética, se ha incluido un gen de otro organismo o “se le ha suprimido o modificado un gen propio”, con el fin de que el organismo produzca una nueva proteína o deje de hacerlo, con respecto a la original. De acuerdo con esto, los cultivos transgénicos se clasifican en dos grupos: aquellos que llegan al consumidor en su forma original; y los organismos transgénicos que son usados como materia prima para elaborar otros alimentos. El maíz transgénico se encontraría en el primer grupo y, en el segundo, por ejemplo, los productos derivados de la soja. En la actualidad se comercializan en el mundo más de setenta alimentos transgénicos: tomates, patatas, maíz, alfalfa, productos lácteos,… España es el único país de la UE donde se permite cultivar transgénicos para su comercialización.

Los partidarios de la proliferación de este tipo de cultivos, es decir, los gobiernos y empresas que han apostado por “el alimento del futuro”, defienden que puede ser una solución para el hambre en el mundo, ya que no sólo aumenta la producción sino que ésta es más resistente e igual de nutritiva que la original. Asimismo, aseguran que puede favorecer a la economía de los empresarios agrícolas, tanto latifundistas como minifundistas, ya que dificulta que “una helada, una plaga o la sequía” acabe con la producción.

Algunos de los beneficios que, según los productores de OMG, aportan son: la reducción del uso de pesticidas y herbicidas, por lo tanto, menos gastos y mayor productividad, gracias a la resistencia de estos cultivos a las plagas de insectos; esta disminución en la utilización de productos tóxicos incide positivamente en el medio ambiente y en la salud de los que trabajan en contacto directo con estos cultivos. Además para los consumidores supondrá una mejora en las vitaminas y nutrientes que ingieran.

En este caso, y sin entrar en los aspectos económicos y políticos, también la comunidad científica está dividida. Para algunos genetistas los riesgos que pueden entrañar los alimentos transgénicos para la salud son equiparables a los de los alimentos convencionales.

En el lado opuesto se sitúan organizaciones ecologistas, grupos de consumidores y asociaciones científicas, que consideran “un peligro para la salud y el medio ambiente” este tipo de alimentos. Prevén una mayor contaminación del medio ambiente, porque los organismos se vuelven más resistentes al efecto de los pesticidas y para lograr su efecto aumentan las cantidades expulsadas a la atmósfera -un peligro que ya ha sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud-; nefastos cambios en la cadena alimenticia y la naturaleza; la aparición de nuevos tipos de alergia; el desplazamiento de genes transgénicos a cultivos tradicionales, con insospechadas consecuencias; estos alimentos contienen un gen que si salta al organismo humano puede generar resistencia a algunos antibióticos,…Asimismo, consideran que el hambre en el mundo responde a causas sociales y no a la falta de producción.

Debates aparte, se planea que en un futuro no muy lejano se amplíe la gama de alimentos transgénicos y que la superficie dedicada al cultivo de los mismos doble a la actual.

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