Canción triste del asfalto

Como siempre que llegan largos periodos de vacaciones y se prevén desplazamientos automovilísticos masivos, esta Semana Santa, la Dirección General de Tráfico ha puesto en marcha una de sus campañas de concienciación. Vez tras vez se pretende con ellas hacer reflexionar a los conductores, recordar cuán absurdo es jugarse la vida por pura imprudencia e infundir paciencia y serenidad al volante. Pero parece que sea en vano. Descontada la influencia de algunas variables, como las meteorológicas, las cantidades de muertos en carretera se mantienen con escalofriante estabilidad.

La permanencia del problema conduce a la permanencia del debate. ¿Se hace todo lo posible para detener este dramático goteo de víctimas? ¿Qué medidas sería necesario tomar para reducir el problema causante de más de 3.000 fallecimientos anuales? Si pasamos por alto algunos reproches técnicos (ciertos publicistas creen que es un error que la DGT cambie los lemas y formatos de las campañas con tanta frecuencia) es palmario que habría que afrontarlo con el rigor que su magnitud demanda.

Por supuesto hay una parte importante que recae en la responsabilidad individual, y  pero no es decente apelar sólo a la de los conductores y obviar la del resto de implicados.

De una importancia capital sería la mejora y mantenimiento constante de la infraestructura viaria, con obras bien hechas y el las que la prioridad fuera el beneficio de todos. También tendría su peso el desarrollo de una política decidida de transportes públicos económicos y eficaces que hicieran que el transporte particular resultase una opción desventajosa.

No estaría de más que las exigencias y limitaciones a los constructores de coches fuesen más rigurosas (¿Tienen sentido los automóviles que pueden alcanzar los 270 Km/h? ¿Por qué se consiente que verdaderos bólidos tengan chapas de tan dudosa resistencia?). Además, algunos métodos, como el aumento de la vigilancia o el endurecimiento de los castigos y multas pueden dar algún fruto, pero por sí solos no bastan. Pueden tener eficacia entre quienes menos tienen y dejar fríos a los conductores más pudientes.

Pero posiblemente un cambio general de mentalidad de mayor magnitud sería lo único que podría detener esta lacra, una transformación social en la que conceptos como la competitividad, la prisa o el desprecio hacia el prójimo quedasen aparcados.

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