Ana María Matute, premio Cervantes y miembro de la Real Academia Española de la Lengua, fallecía ayer a un mes de cumplir los 89 años y con ella deja su mejor legado, cerca de 50 obras realistas, fantásticas e infantiles en las que describía a la perfección la complejidad del ser humano.
Desde pequeña era una apasionada de las letras. Con solo cinco años recordaba haber escrito ya un relato y a los 17 nacía su primera novela, Pequeño teatro que tardaría muchos años en vez la luz y con la que recibiría el Premio Planeta en 1954.
Pero la imaginación de la pequeña Ana María no descansaba ni un segundo, para ella “la lectura es una fábrica de sueños”. En su cabeza y en sus obras vivían duendes, reyes, hadas y niños encantados que se convertirían años más tarde en protagonistas de la literatura española de postguerra.
Y es, precisamente, este periodo después de la guerra en el que Matute centra parte importante de su obra abordando los aspectos políticos, sociales y morales. Mujer valiente en una época complicada supo, a través de su realismo y en gran parte a su pesimismo a la hora de escribir, plasmar la situación que estaba viviendo porque para ella “La Literatura ha sido, y es, el faro salvador de muchas de mis tormentas”
Con más de una veintena de premios recibidos, entre ellos el Cervantes o el Nacional de las Letras Españolas al conjunto de su obra, Ana María Matute mostró a la perfección los aspectos emocionales del ser humano y quiso transmitir que la inocencia no debe perderse nunca completamente, porque como ella misma aseguraba aunque su cuerpo fuese viejo, su corazón todavía era joven.
Ayer dejaba vacío el sillón “K” de la Academia y, sin embargo quería ser recordada como “una mujer que amó mucho la vida”. Ana María Matute, una creadora de sueños y fantasías que en septiembre volverá a sorprendernos con Demonios familiares, su novela póstuma, que de seguro nos hará disfrutar con esta historia de amor, traición y sentimientos confusos. Descanse en paz, la eterna dama de las letras españolas.
