La alargada sombra del conde Zeppelin

Si la Segunda Guerra Mundial supuso el fin de fiesta de la era de los viajes galantes de los años 20 y 30, el accidente del dirigible Hindenburg en 1937 fue el presagio de su ocaso. Hasta ese abrupto y violento término, su mayestático vuelo representó la confianza en el progreso de las comunicaciones, un estandarte del lujo y un símbolo de la pujanza del Reich hitleriano.

Pero antes de que el LZ-129 se incendiara sobre los cielos de Nueva Jersey y causara la muerte de un tercio de sus pasajeros, hubo de recorrer un largo trecho que comenzó en el magín de un noble militar prusiano, el conde Ferdinand Von Zeppelin. Prendido del fervor aeronáutico que los globos de observación de la Guerra de Secesión le habían infundido, Zeppelin dedicó todos sus esfuerzos  y recursos a desarrollar globos dirigibles que pudieran servir para fines civiles y también militares. Su primer modelo surcó los cielos en 1900 y tenía la gigantesca envergadura de 128 metros de largo y 12 metros de diámetro.

Aunque en los primeros años apenas gozaron de apoyo institucional, la Guerra del 14 supuso para los zeppelines una aceleración de su desarrollo. Sin embargo, el conde no alcanzó a conocer la época de esplendor de su ingenio porque murió en 1917. Fue su sucesor Hugo Eckener quien conseguiría que la visión del maestro se hiciera realidad y que los dirigibles hicieran travesías transatlánticas desde 1928 hasta que el sueño se convirtiera literalmente en cenizas nueve años después.

Lleno de hidrógeno inflamable, con sus 245 metros empujados por cuatro motores de 1200 CV, el Hindenburg con la enseña de la esvástica se elevó por encima del estadio olímpico de Berlin en 1936 e hizo de enlace entre Europa y América para unos viajeros que no se privaban de ninguna comodidad, ni tan siquiera de la de poder fumar.

El desastre, que sobrevino después de que en la popa del dirigible se observaran unos fuegos fatuos, tuvo el agravante de una extraordinaria cobertura mediática, y que las imágenes del globo en llamas fueran difundidas por periódicos y cines del mundo entero. El  orgullo herido de la ingeniería alemana tuvo ocasión sobrada de repararse en la horrible contienda que estaba a punto de estallar, pero seguramente hubiera sido mucho más venturoso que se hubiera aplicado en seguir evolucionando el más impresionante y distinguido artefacto aéreo que jamás haya despegado.

Sin embargo, la historia podría no haberse escrito hasta su último renglón. Porque si bien la idea de los zeppelines ha sido retomada para fines publicitarios y pequeños cruceros turísticos, el año pasado el ejército americano declaró estar estudiando la posibilidad de volver a trabajar con dirigibles tras casi ocho lustros de abandono y existen varios proyectos para usarlos de nuevo como transporte de carga. Quien sabe si no es el prefacio de un nuevo tiempo para ese señor de los cielos que perdió su trono prematuramente.

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