Comer como cosacos

La cocina mediterránea tiene fama de ser una de las más sanas, ricas y variadas del mundo, por eso conquista a todo el que visita nuestro país. Esto no quiere decir que no debamos abrirnos a conocer otras culturas gastronómicas que desarrollen nuestro paladar, más allá de las populares cocinas chinas, japonesa, mejicana, italiana…, ya de sobra degustada en Occidente.

En la misma Europa encontramos ejemplos de cocinas sabrosas y diversas que, por un motivo u otro, no han llegado a hasta nuestros platos. Rusia es un ejemplo de ello. En su inmensa y ecléctica geografía, similar a todo el resto del continente, se ha fraguado una gastronomía llena de contrastes de sabores y muy heterogénea.

Los platos más típicos son sus sopas, los pescados ahumados, carnes y postres a base de frutos rojos. Los ingredientes que más encontraremos en sus recetas: la col, patata, setas, caviar, remolacha o el arenque. Para acompañar a cada uno de ellos: los Blinis, unas tortillas finas muy típicas que se pueden rellenar de casi cualquier ingrediente.

Una de sus sopas más características es la Borsch, preparada a base de carne, remolacha y distintos tipos de verduras y aderezada con una salsa agria, que ayuda a combatir el frío siberiano. Otros de sus platos más conocidos son la Kulebiaka, -empanada de hojaldre y salmón-, y el Stroganoff, elaborado con unas tiras de solomillo sobre una salsa cremosa con champiñón y cebolla.

Además de todas las variedades de dulces que cuentan con los frutos rojos como ingredientes estrella, también podemos degustar la Vatruska, una tarta caliente de requesón con pasas, así como la tarta Napoleón, capas de hojaldre y dulce de leche.

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